Caminar en la belleza
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El bosque y yo.

Noelia Velasco, premio Desnivel de Literatura 2023 por la novela “Una Ventana al Bosque”.

Todos los recuerdos que tengo de mí misma están inundados de bosque. Mis padres siempre nos llevaron a mis hermanos y a mí a la naturaleza, regalándonos no solo la experiencia del contacto natural, también un modo muy autosuficiente de estar en el medio, sin miedos ni sobreprotecciones que limitaran nuestra vivencia. Soy la pequeña de nueve hermanos, así que crecí viendo cómo ellos vivían aventuras trepidantes. Trotamundos de mochila en ristre, alpinistas y mochileros que cruzaban caminando o en bicicleta miles de kilómetros por países lejanos. Yo quería inevitablemente un poco de eso.

Siempre fui una niña un poco solitaria, me gustaba jugar y divertirme, claro, pero también pasar horas en soledad en el bosque, mis botes de bichos y bichejos siempre estaban llenos para horror de madre. Aún conservo alguna libreta garabateada con las descripciones de plantas mágicas que encontraba.

De mayor pasé por muchas etapas, estudios y trabajos de lo más variopinto, y ya en la treintena decidí enfocarme y estudiar todo lo que me iba surgiendo al paso sobre el reino vegetal. Comencé formándome como Técnico Superior de Fitoterapia sólo para darme cuenta de que lo que realmente me interesaba era sanarlas a ellas, a las plantas. Me atrapó con fuerza la forma que tiene de estar en el mundo el reino vegetal, así que me afané estudiando ecología forestal entre otras cosas, porque de todos los ecosistemas, el bosque es el lugar donde más a gusto me he sentido a lo largo de toda mi vida. En el bosque siempre me he sentido segura y acompañada, la vida en él bulle y se precipita en expresiones ricas para los que observamos y nos hacemos preguntas. Pero además en el bosque no era juzgada, los árboles, las plantas, los animales, me permitían ser quien fuera en cada instante, de modo que liberarme del exigente lastre de la estructura social, reparaba mi alma que siempre ha sufrido de este sistema de tendencias tan duras y falsas.

Cuando estuve segura de mis conocimientos sentí llegar la hora de compartirlos, y así nacieron las sendas guiadas de silviterapia, donde con mi pareja Marcos, planteamos desde hace unos ocho años salidas al bosque para pequeños grupos donde abordamos desde lecturas de pasaje, identificación e interpretación de especies vegetales, técnicas de montaña y supervivencia, hasta prácticas de meditación, por que a todos nos viene bien cuando entramos en el bosque, rebajar nuestra intensidad de diálogos mentales, reducir las expectativas y fluir como fluyen las plantas en un ecosistema que se abre a nosotros como un espejo poderoso y caminar en la belleza de un ambiente naturalmente auténtico.

Pero además de sentirme acogida y segura en el medio natural mi aspiración creció, también soñaba con ser lo más autosuficiente posible. De manera que me especialicé en el reconocimiento de plantas silvestres comestibles y medicinales. Hoy mi trabajo también está enfocado en el asesoramiento a particulares y restaurantes que deseen incorporar a sus cocinas y botiquines las plantas de su entorno que ofrezcan por proximidad y por deleite, esta generosa posibilidad.
Por el camino me seguí y seguiré formando, porque el conocimiento es infinito. A veces, solemos ver en las plantas cuerpos aparentemente sencillos, pero su dimensión de profundidad es en realidad tan vasta y extensa, que cuando uno comienza rascar sobre esa pátina de raíz, tallo, flor y fruto, de pronto se ve inmerso en un apasionante viaje donde árboles y arbustos, lianas y musgos, herbáceas y líquenes, se asocian con hongos e insectos, mamíferos, reptiles y aves, y un largo etcétera, que se entremezcla en un aparente caos que tiene más de orden y sentido de lo que imaginamos.

En el camino de formación descubrí la plataforma de la Escuela Superior de Medio Ambiente de Animal Record, con ellos hice hace unos años el curso de Guía de naturaleza y sendas verdes, donde asenté y amplié conocimiento con un temario generoso, una formación eficiente y casi lo más importante: seres humanos al otro lado de mí portátil, traspasando con su buen hacer la pantalla.

Y hace ahora prácticamente un año, transitaba por un momento delicado en mi vida, estaba sumergida en una de esas noches oscuras del alma que cita San Juan de la Cruz.

El caso es que llevaba un año inmersa en esta dura experiencia cuando una noche, decidí sacar de mí todas esas cosas que me estaban dañando en forma de pensamientos, reproches y hostigamientos propios. Me senté a escribir lo que pretendía que fueran un par de hojas, todo lo que tenía dentro y me estaba asfixiando, puede que para darme cuenta de que yo no era mis pensamientos, ni mis emociones, no era lo que me decía, ni siquiera lo que estaba sintiendo. Necesitaba des-identificarme de mis creencias, y de todo lo que hasta ese momento había pensado que era yo. Finalmente, esas dos hojas se me complicaron y me encontré escribiendo día y noche durante un mes y medio.

Cuando concluí tenía en mis manos el manuscrito de una novela, pero lo que tenía en mi interior era un proceso sanador, escribir sobre ello había aliviado mi carga, había arrojado luz a la noche oscura del alma que había estado viviendo. Una de mis mejores amigas, Alicia Fernández, filóloga de la Universidad de Oviedo, se ofreció a leerlo, pero acabó haciendo algo mucho más que eso, se sumergió en una corrección del mismo al detalle, infinitamente respetuosa y ardua. Ese manuscrito deliciosamente rematado lo presente al Certamen Literario de la Editorial Desnivel. Tres meses más tarde me llamaba Pati Blasco para darme la noticia de que había ganado el premio

¡Una ventana al bosque sería publicada!

Así es como el bosque ha viajado a través de mí de tantas y tantas formas, envolviéndome, enriqueciéndome y ¡sanándome! En el presente estoy al cargo del Departamento Educativo de Naturaleza del Museo Evaristo Valle de Gijón, donde desarrollo visitas y talleres como guía de naturaleza, y a la vez, vivo la vorágine que ha venido de la mano de la novela con presentaciones, entrevistas y charlas, moviéndome a un lugar de exposición desconocido para mí, pero del que aprendo algo nuevo cada día.
Cuando miro hacia atrás y recuerdo a esa pequeñaja con sus tarros de insectos y su librillo de plantas mágicas, siento ternura por la niña que fui. Todas las libretas y cuadernos de campo que escribí desde entonces han cobrado sentido en este camino desafiante, sinuoso y duramente empericotiado y pedregoso por momentos, como el mismo monte me ha mostrado en tantas circunstancias que puede ser, volviendo el sendero, no un reto para mí, pero si una aventura: la aventura de vivir acorde a los ritmos, las leyes y la honestidad con la que la naturaleza está presente en este planeta.

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